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Los extraños caminos del corazón

Jaci Regis*
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Extraído del periódico “Abertura”, nº. 175, Octubre 2002
Santos - Brasil
Traducción: Pura Argelich

 

Concluí mi curso de psicología hace, sólo, 20 años[1]. Durante todo ese periodo he ido acompañando los caminos del corazón humano.

Ante la realidad de las personas, el psicólogo necesita reflexionar con independencia de carácter situándose, así, por encima de sus propias convicciones, so pena de caer en la trampa del enjuiciamiento y de la condena.

El psicólogo no puede ni debe colocarse como paradigma del comportamiento, ni pensar que sus ideas, sus sentimientos, su filosofía de vida, sea el punto de equilibrio y la línea básica del juzgamiento del comportamiento humano. Al contrario, debe admitir caminos propios, limitaciones y locuras de los que le buscan, porque la diversidad de los sentimientos, la toma de decisiones y no decisiones, forma parte de la naturaleza humana, siempre tan sorprendente.

Más de uno podría decir que al final quien busca un profesional realmente debe tener problemas, anormalidades, desvíos.

Sin embargo, la verdad es que, casi siempre, quien busca un profesional como un psicólogo, es porque ya no soporta su propio sufrimiento, la angustia y las dudas que oprimen su ser.

Muy raramente alguien va a la consulta del profesional movido por la conciencia de que le es necesario conocerse más profundamente. Porque el primer paso para empezar a conocerse a sí mismo, es aprender a oírse. Y la psicología es el lugar donde la persona aprende a oírse, a escuchar sus propias idiosincrasias.

Al contrario de lo que ocurre con las dolencias del cuerpo físico, que sacuden inmediatamente y de forma visible el existir, los problemas del alma corroen y brotan en lo más recóndito de nuestro ser y no siempre éstos son de fácil constatación externa.

Por eso, millones de seres permanecen soportando sus aflicciones y sus dolorosos sentimientos, acomodándose a ellos y aceptando vivir no íntegramente o menos satisfactoriamente su propia vida.

Las dudas acerca de su salud y los conflictos internos, no les dan valor para manifestarse y dudan de que la terapia pueda ayudarles. Además de eso, la búsqueda de causas externas para sus sufrimientos internos hace que millares de personas anden en busca de médiums, curanderos, rituales supersticiosos, terapias alternativas que prometen curación a corto plazo, a través de diversos medios.

Lo que yo he aprendido es a no sorprenderme.

Observar a quien me busca y se siente seguro para depositar en mí sus ideas, sus pensamientos y sus sufrimientos como un ser humano en el camino de su destino.

En realidad, cada uno traza “destinos transitorios” que, muchas veces, siguen caminos oscuros, insatisfactorios, provocando situaciones de dolor y de conflictos.

Es fácil teorizar sobre la necesidad de construir un destino satisfactorio, que responda a los anhelos más felices y nobles del Espíritu. Pero, agitado el corazón, confundida la mente ante los hechos, ante los desafíos que cada uno tiene que enfrentar en la construcción de sí mismo, ese “destino transitorio” es nebuloso, inseguro, angustioso…

Existe un mecanismo que no se constata con facilidad que va acumulando sospechas, ideas, sentimientos que determinan el modo de estar en el mundo. Y a partir de ahí, el mirar el mundo, la relación con los otros, pasa por niveles de integración y desintegración, de amor, deseo, animosidad y de miedo, alejando, aislando a la persona en sí misma.

He pensando mucho en cómo el Espíritu elabora su contenido de ideas, miedos, conflictos, agresividad y amor.

Observo que nuestra mente, como expresión del ser espiritual, trabaja en dos niveles. El nivel racional, cognitivo, y el nivel afectivo, emocional. El equilibrio entre esos dos niveles es la fiel de la balanza de las vivencias.

Cuando el nivel cognitivo domina, la persona trabaja en condiciones de inflexibilidad y rigidez e intenta apartar el lado afectivo o, por lo menos, busca racionalizarlo. Y toda racionalización de la emoción crea estructuras mentales enfermizas, porque impide que la vida discurra en armonía consigo misma.

De la misma forma, cuando el nivel afectivo domina soberano, la emotividad nubla el raciocinio y la vida deriva hacia situaciones de desequilibrio del comportamiento, visto que el pensar se centra en formas sensibles descontroladas.

Más allá de esos casos extremos, suelen ocurrir situaciones en las que el nivel cognitivo supera al afectivo o que el afectivo satura al cognitivo. En esos casos, no existe un camino razonablemente satisfactorio, pues la indefinición flagrante es producto de la ansiedad, esto es, del miedo endógeno a configurar un mundo incierto, peligroso.

En tal caso, la persona se esconde en sí misma y se consuela viviendo al margen de realizaciones, camuflando deseos, congelando afectos.

Entonces, esa media vida, ese no sentir y sentir, ese miedo a ese deseo no realizado, conturban la mente, desintegran el carácter y el mañana ora es un infierno o una esperanza milagrosa.

La psicología puede ayudar, cuando la persona siente que no puede soportar más y soporta, no obstante la paulatina reelaboración de nuevas ideas, de nuevos conceptos y agranda la mirada hacia sí misma con más alegría y una mayor certeza de victoria.

Me he dado cuenta de que lo que separa, muchas veces, ese malestar íntimo, esa insatisfacción interna, de una forma de estar en el mundo más armoniosa, productiva y feliz, no es un muro alto e infranqueable.

Es sólo una simple línea. Ultrapasarla es la cura.
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* Jaci Regis, economista; psicólogo clínico; escritor y periodista.
Director y Editor del periódico de cultura espirita “Abertura”.
[1] A fecha de hoy serían 26 años.