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Homenaje póstumo a un gran pensador

JACI REGIS

Publicado en FE 139

 

El escritor, periodista y psicólogo brasileño Dr. Jaci Regis, natural de Santos, desencarnó el lunes, 13 de diciembre de 2010, a la edad de 78 años, recién cumplidos.

Dentro del movimiento espiritista mundial se le puede considerar un revolucionario por cuanto sus ideas desafían otras posturas del ala más conservadora del Espiritismo. Sus conceptos vertidos en los artículos contenidos en el periódico de su dirección “Abertura” -muchos de ellos reproducidos en este Boletín-, en los libros que escribió, y también manifestados en sus intervenciones públicas, invitan a ver el Espiritismo desde otra óptica más abierta, exenta de ciertos atavismos. Era y seguirá siendo un referente destacado, no solamente por su labor de divulgación, de trabajo durante toda su vida, sino también por su personalidad, por su saber y, sobre todo, por su coherencia y claridad de ideas. Uno de los aspectos más destacados de su carácter era su gran sinceridad; siempre fiel a sí mismo, hablaba claro, sin ambigüedades.

Pero, no obstante su semblante serio, grave, una sensibilidad especial emerge de muchos de sus escritos. Sentimientos del alma que fluyen a través de la pluma inspirada de este psicólogo espiritista en conversaciones consigo mismo. Monólogos que hacen reflexionar sobre aspectos doctrinarios. Sensaciones personales producidas por situaciones determinadas tan difíciles de transmitir. Relatos reales que nos recuerdan nuestra fragilidad y, a la vez, fortaleza. Narraciones que afloran sentimientos. Crónicas que acarician nuestra sensibilidad más profunda. Descripciones que encierran satisfacciones, desilusiones, desengaños, acusaciones, críticas,… Todo ello con un lenguaje preciso, directo, totalmente exento de florituras y expresiones melifluas.

Estos preciados rasgos es lo que nos ha llevado a trasladar sus escritos a estas páginas en numerosas ocasiones, como deseamos hacerlo ahora y, sin duda, en el futuro, extrayendo algunos párrafos que hablan por sí solos de sus sensaciones más íntimas que deseaba compartir con los demás. Leyendo sus narraciones sólo se encuentra a faltar su voz, para poder establecer ese diálogo, rico de matices, que por las circunstancias de ubicación en contadas ocasiones se ha podido disfrutar.

Importante debe ser el legado escrito que ha dejado. Pero de sus producciones publicadas recientemente y que hayan llegado a nuestro poder, deseamos entresacar estas dos por su especial significado (sobre todo, la segunda). El mensaje que entre líneas da a conocer, es como si ya previera lo que el futuro le reservaba: ese viaje, el más importante sin duda de esta última trayectoria.

Y así se expresaba en:

Reminiscencias: Extraído del periódico “Abertura”, núm. 252 / noviembre 2009

(…)

Eramos los que quedábamos del primer grupo de la Juventud Espírita de Santos, actualmente Mocidade Espírita Estudantes da Verdade, que celebraba sus 62 años de existencia, y participábamos de la fiesta conmemorativa.

En el escenario, jóvenes representaban un fragmento que hablaba del juego de la vida. Pensando en el tiempo transcurrido, intenté recordar a los compañeros de aquélla época. Sé que algunos ya murieron. Otros se apartaron. Varios se recogieron al silencio de la ociosidad doctrinaria. No obstante todo ello, fueron momentos muy importantes para nuestras vidas. Por lo menos para la mía.

Mis seis hijos participaban activamente del grupo de la “Juventud”. Y en el escenario, como actores, estaban seis nietos.

La figura central que dominó los primeros pasos de la “Juventud”, fue Alexandre Barbosa, nuestro consejero; hombre lleno de vivacidad, conversador brillante que nos mantuvo a todos unidos a su alrededor, como si de un ídolo se tratara.

Oírlo, ir hasta su casa, permanecer junto a él, era lo que para aquel grupo de jóvenes importaba. (…)

En 1949 Barbosa cambió de ciudad y yo quedé con la responsabilidad de la Juventud y también de una parte del centro espiritista que asumimos. (…)

Transcurridos sesenta y dos años de aquel primer momento, me siento en este sillón, delante del ordenador, y recuerdo esa larga trayectoria de vida. De mi vida en el Espiritismo. Fue un momento histórico para el grupo que se movía en busca de un destino doctrinario.

La mayoría de los adultos ya murió.

Algunos aparecen en comunicaciones mediúmnicas, casi siempre exangües (pobres) de expresión, inmersos en sus necesidades. Veo que la muerte desarticula, desarregla el equilibrio que se consigue en la vida corporal, donde se aprende una rutina a la que muchos se oponen pero que, de modo general, es lo que mantiene el rumbo de cada persona.

Otros no aparecieron nunca más, ni siquiera en las comunicaciones mediúmnicas ¿Dónde estarán?

Esa precariedad de la vida corporal y el vacío que se precipita después de la muerte del cuerpo, es un hecho que torna la pregonada inmortalidad en un punto de interrogación.

Era la víspera de conmemorar quince años, cuando inicié esta jornada.

Sesenta y dos años después, se diseña lo que fue posible construir. Matrimonio, familia, hijos, seguridad económica, ascensión cultural.

Nací a la vera de una bahía tranquila que baña una parte de la isla de Santa Catarina, (…)

Vivo junto a la tranquila bahía que baña la isla de São Vicente, donde está Santos -ciudad en la que han transcurrido mis sesenta y dos años-, muy querida por mí.

Bromeo cuando digo que antes de encarnar exigí una única condición: la de vivir junto al mar. Nací en una isla y vivo en una isla.

Eso pasa por la mente. La construcción de una existencia comprende los cambios que se impusieron por la continuidad del proceso de vida.

Pienso que no hice propiamente una planificación para la existencia. Aproveché cada oportunidad.

Cumplo setenta y siete años inquieto e insatisfecho intelectualmente. Buscando nuevos caminos e ideas dentro de lo que se tornó el sustentáculo de mi vida, la doctrina espiritista.

Abracé el Espiritismo como fundamento existencial y a pesar de los procesos y problemas naturales de la afirmación profesional y económica, jamás tuve un momento de vacilación, de pausa, en el campo doctrinario. Acepté lo que se me ofrecía.

Consolidé la “Mocidade Espírita Estudantes da Verdade”. Cuando la dejé, la entregué fuerte y vibrante. Después, formateé el pensamiento que estructuró el camino del “Centro Espírita Allan Kardec”, nombre que sugerí en sustitución al “Centro Beneficente Evangélico”. Entré en el “Lar Veneranda” y erguí una institución sólida que se proyecta como servidora al prójimo. Comencé a escribir en periódicos espiritistas y otros, y acabé produciendo diez libros. Al final nació el ICKS (Instituto Cultural Kardecista de Santos, en plena actividad).

En mi edad adulta poseía una escolaridad regular, pero paso a paso cursé tres carreras universitarias (periodismo, economía y psicología) que me aportaron muchos conocimientos, así como actividades profesionales.

Las imágenes oscilan en la pantalla del ordenador. Los ojos están levemente cansados.

Es hora de parar.

Por unos momentos, me permito navegar por los caminos virtuales de los años pasados, de los amores vividos, de las pérdidas y fracasos, de las victorias y sonrisas.

Y en esa travesía vi a mi padre muerto por un infarto y cómo tuve que providenciar solo, en plena noche y profundamente conmovido, la preparación del entierro de su cuerpo. Una situación extremadamente emotiva. Lloré para desahogarme.

Vi a mi madre dar el último suspiro. Y sentí profundamente su partida.

Cuatro hermanos ya murieron.

La vida continúa como un filme que revive escenas pasadas. Y también pequeños espacios en blanco mostrando el mañana que no nos pertenece, pero que perseguimos.

Y en este otro, reciente:

Gracias a la Vida: Extraído del periódico “Abertura”, núm. 263 / noviembre 2010

Gracias a la vida que me ha dado tanto…[1] ¡Así reza la canción chilena que canta Elis Regina!

¡Ah! ¡Qué diferente es el significado de la vida para cada uno!

¿Cuántos dicen “gracias” por las conquistas obtenidas, por los rayos de sol, por la magia de la noche y de las estrellas? ¿Cuántos hemos experimentado el sentido de la vida, en la amargura de la soledad, de las lágrimas ocultas que nos lavan el alma, separados, aislados, en la reflexión de los caminos, en el balancear de los deseos y proyectos, anhelos y esperanzas no siempre realizados?

El hombre enfermo, que yace en la cama… a la espera de la muerte. La criatura sin hogar, o sin amor en un hogar, abandonada en la calle, despreciada en casa. La desilusión más profunda, el dolor de la separación, el hambre, la miseria, la explotación y el desamor, la muerte, la suciedad, la perfidia y la calumnia. El que dice que va y vuelve, y nunca regresa, el que deja esperando y el que espera sin esperanza. La pasión que no encuentra respuesta, la respuesta que no tiene pasión.

Todo eso también es vida. Así como la muerte y la vida, pertenecen al juego de la vida. Pero aún así, gracias a la vida… porque vivimos, porque estamos aquí, en este momento, curtiendo nuestra esperanza o mirando el mundo a través del negro velo de la desilusión o del descreimiento.

Lo que queda es la esencia íntima a respirar el deseo de continuar. Los escépticos dirán que hay la ilusión del mito de la inmortalidad a bordar de azul el gris de la realidad, que somos finitos, que nuestra finitud sólo es camuflada por esa esperanza de ser, más allá y más allá del ahora, más allá, más allá del siempre.

Pero es a partir de esa finitud, sobre una única existencia, que se enciende la certeza de que, en una dimensión diferente, incorpórea, real, continuaremos siendo nosotros mismos, no obstante multipliquemos formas, caracteres y personalidad; tengamos conflictividad en contiendas y, muchas veces, deseemos, por unos instantes, nunca más soñar, ni existir, ni ser.

Pero aunque no existiese la inmortalidad, aunque no hubiese en nosotros la perpetuidad de ser, aún así, gracias a la vida… vivida con pasión, sentida con entusiasmo -el fuego que consume el fuego- al decir de Beethoven.

Muchas personas creen que alcanzando, de alguna forma, la gloria, el reconocimiento, la fortuna, el éxito en fin, de público y el ser exteriormente reconocidos, es cuando la vida tendría verdadero valor. Sin embargo, la experiencia nos demuestra que la vida sólo es realmente válida cuando es ella misma, en el reducto de cada uno, exaltando la naturaleza vibrátil de la persona.

Yo creo que la vida es oírnos a nosotros mismos. El palpitar rítmico del corazón, el pulsar de la sangre regando el cuerpo en el ritmo de la vida, preparando acción, relación, apretón de manos que acercan, de cuerpos que se unen, miradas que se enlazan. Es también oír sueños, fantasías, proyectos y anhelos. En fin, un conjunto de vibraciones que une el alma y el cuerpo, estableciendo la unidad esencial del hombre.

(…)

En ciertos momentos, muchos se preguntan porqué vivimos. Cuando somos felices, no preguntamos, estamos viviendo. ¡Vivimos! Pero si estamos tristes, decepcionados, con dolores y problemas, preguntamos porqué vivimos.

La angustia de la vida se precipita sobre nosotros y queremos que Dios, el destino, o lo que sea, justifiquen nuestros dolores, nuestros sueños destruidos. Pero aún así, de todas formas, continuamos viviendo. Porque la vida, se autojustifica. El acto de vivir es el acto perfecto que inicia y termina en sí mismo.

Aunque yo sea un hombre impulsivo, apresurado en ciertos momentos, en otros -en ese misterioso mosaico vivencial- siento que no debemos acelerar el curso del río. El dinamismo que marca la vida no se reduce en el acto de compulsión, hacer por hacer. Pero es la fuerza interior la que moviliza las energías en la construcción de ideas y cosas, exprimiendo la naturaleza creadora de cada uno.

El no apresurar el curso del río impone una visión gestáltica, de conjunto, con el fin de percibir que el ritmo de la vida no puede ser retardado ni atropellado. Es la absorción y reformulación de nuestra relación con el otro, porque si la vida es un bien nuestro, sólo nuestro, sólo se completa y enriquece, sólo se torna viable en la relación con el otro.

¡Vivimos! Gracias a la vida…, gracias a la vida porque estamos aquí, con nuestras angustias y nuestras esperanzas. No aceleremos, pero tampoco retrasemos el río de nuestra existencia. Oigamos el ritmo de nuestra vida, viviendo intensamente el momento presente, porque el sol invariablemente nacerá mañana.

Como la letra de la canción, que nos invita a dar gracias a la oportunidad más bella que todo ser humano pueda tener: la vida, ese canto a la vida contenido en el texto de Jaci Regis simbolizó su despedida antes de su partida a la otra Vida.

Su gran sentido común, le permitió distinguir lo negro de lo blanco. Con sus oídos escuchó y se enriqueció. A través de su pluma sus puntos de vista despertaron conciencias. Como gran trabajador, recorrió varios caminos. Una gran sensibilidad se escondía detrás de una apariencia seria, contenida. Y también lloró y rió, como cualquier ser humano.

Un vacío ha quedado... Se ha ido un gran estudioso, una figura indiscutible del Espiritismo. Pero esto sólo ha sido un alto en su camino. Seguirá aprendiendo y trabajando desde su lugar, con el mismo afán y el mismo ahínco que aquí desarrolló. El progreso no se detiene, y cada uno de nosotros, eslabones de esta cadena sin fin, hemos sido invitados a seguir ese ritmo.

¡Hasta siempre, amigo!

 

[1] Violeta Parra, cantautora chilena (además de poetisa, compositora, pintora, escultora y artista).