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El Fin del Mundo

 

Editorial Flama Espírita 147
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Decían unos que el fin del mundo había llegado, siguiendo una supuesta interpretación de unos calendarios mayas. Otros manifestaban que no sería el fin de nuestro mundo, sino un cambio de ciclo en el que pasaríamos a una era de paz, comprensión y espiritualidad. Realmente, no ha sido ni lo uno ni lo otro. El mundo sigue igual que estaba antes del 21 de diciembre de 2012. Y lo lógico es que así sea.

No se nos ocurrirá decir, de ninguna de las maneras, que no pueda haber alguna catástrofe natural que pudiera afectar gravemente a la vida en nuestro planeta; pero, lo inadmisible es que ello estuviera reflejado en unos calendarios que datan de más de 5000 años. Si realmente pudiera haber una catástrofe de tal magnitud, seguramente la ciencia lo detectaría. A pesar de ello, y a la luz de la Ley del Progreso, no parece lo más lógico que esta Escuela Primaria Espiritual, que es nuestro planeta, pudiera cerrar sus puertas de manera definitiva, cuando todavía tanta tarea puede desarrollar en favor de sus muchos millones de alumnos encarnados y desencarnados. De todas maneras, tampoco sería algo irreversible, absolutamente trágico o de una grandiosa desesperación, si llegara a producirse un cataclismo de tal envergadura. En esencia sólo sería una desencarnación colectiva a gran escala; cabe suponer que, sin duda, el Equipo Directivo de esta Escuela no tendría ningún problema en movilizar la ayuda necesaria y suficiente como para atendernos a todos. Así y todo, nos reiteramos en la idea de que es altamente improbable de que ello pueda ocurrir.

La segunda parte del tema ya es más complicada y sutil. Hace ya muchos años que se indicó que habría un cambio de rumbo en la trayectoria de nuestro planeta. Se decía que cambiaría de ser un mundo de pruebas y sufrimiento a ser un mundo de regeneración y estudio. Se decía que habría un relevo de las generaciones encarnadas por otras generaciones mejor preparadas moralmente, que darían lugar a ese predicho cambio. Realmente ello, aparentemente al menos, no ha sucedido, después de más de 140 años en que se redactaron aquellos conceptos. Veamos algunos párrafos del cap. XVIII de “La Génesis[1]” de Allan Kardec. El título de este capítulo es bien explícito: “Los tiempos han llegado”:

Los tiempos señalados por Dios han llegado, nos dicen por doquier; van a cumplirse grandes acontecimientos para la regeneración humana (fragmento del apartado 1).

“… nuestro planeta, así como todo lo que existe, está sujeto a la ley del progreso. Progresa físicamente por la transformación de los elementos que lo componen y, moralmente, por la depuración de los espíritus encarnados y desencarnados que lo pueblan. Estos dos progresos se relacionan y avanzan paralelamente, puesto que la perfección de la habitación está en relación con la del habitante (…) Ese doble progreso se verifica de dos modos: el uno, lento, gradual e insensible; el otro, caracterizado por cambios más bruscos, con cada uno de los cuales se opera un movimiento ascensional más rápido que marca con caracteres ostensibles los períodos progresivos de la humanidad (ap. 2).

“En esta ocasión, no se trata de un cambio parcial, de una renovación circunscripta a una nación, a un pueblo, a una raza; se trata de un movimiento universal que se opera en beneficio del progreso moral. Tiende a establecerse un nuevo orden de cosas, y los mismos que a ello se oponen con más empeño, coadyuvan a él sin saberlo: La generación futura, libre de las escorias del viejo mundo y formada por elementos más puros, estará animada por ideas y sentimientos muy diferentes de los que nutren a la generación actual, que se va a pasos agigantados (ap. 6).

“A quién vive lo bastante como para abarcar las dos vertientes de la nueva etapa, le parece que un mundo nuevo ha surgido de las ruinas del antiguo: el carácter, las costumbres, los hábitos, todo ha cambiado, y es que, en efecto, hombres nuevos o, con más justicia, regenerados, han aparecido; las ideas de la generación que se extingue van cediendo el paso a las ideas nuevas de la generación naciente (ap. 13).

“Para que los hombres sean felices sobre la Tierra es preciso que sólo buenos Espíritus –encarnados y desencarnados- la habiten, los cuales únicamente anhelan el bien. Ese momento ha llegado; actualmente se lleva a cabo una gran emigración entre sus habitantes (ap. 27).

“La Tierra, -al decir de los Espíritus- no debe ser transformada por un cataclismo que aniquile súbitamente a una generación. La generación actual desparecerá de a poco y la nueva la sucederá del mismo modo, sin que haya perturbación en el orden natural de las cosas (ap. 27).

“La regeneración de la humanidad no tiene absoluta necesidad de la renovación total de los Espíritus: basta con una modificación en sus disposiciones morales; pero esta modificación se verifica en todos aquellos que están dispuestos a ello, una vez liberados de la perniciosa influencia del mundo. Quienes reencarnan no son siempre otros Espíritus, sino los mismos pensando y sintiendo de manera completamente distinta (ap. 33).

En estos momentos se está operando uno de esos movimientos generales que traerá la transformación de la humanidad (ap. 34)” -(todos los resaltados son nuestros)-.

Evidentemente toda esta previsión de un futuro aparentemente inmediato no se ha cumplido. ¿Por qué? ¿Se equivocó Kardec? ¿Se equivocaron los Espíritus?, o más bien ¿Proviene la confusión de considerar este tema de una manera errónea? Nos inclinamos por la tercera opción. Veamos algunas consideraciones al respecto:

· A la vista de la propagación del Movimiento Espiritista, desde 1857, es normal que Allan Kardec pensara que la progresión del Espiritismo sería imparable y que, en pocos decenios, llegaría a ser una doctrina ampliamente implantada. Por lo tanto, Kardec realizó una previsión ajustada a los datos que poseía. Previsión que, después, por diversas razones -que intentaremos explicar- no llegó a cumplirse.
· ¿Se equivocaron los Espíritus? Es posible que los Espíritus más próximos a Kardec, es decir, sus colaboradores desencarnados más cercanos, es posible -repetimos- que también realizaran una previsión errónea, fruto de un optimismo similar al de Kardec. Sin embargo, con toda certeza, el Equipo Directivo Espiritual de este planeta no debió confundirse en ningún momento acerca de la posterior trayectoria del Espiritismo. No en balde, ellos debían haber diseñado la  aparición de esta doctrina en ese momento concreto y, necesariamente, debían saber o prever cuál sería su real evolución.
· Un aspecto que se presta a confusión es la diferente manera de considerar, de “sentir”, el paso del tiempo por parte de los Espíritus, en contraposición a nuestra forma de percibir el transcurrir del tiempo. A este respecto ya nos apercibimos, como Espíritus encarnados, que el tiempo “pasa” a diferente velocidad, según sean nuestras sensaciones y emociones del momento. Para aquel que padece algún mal físico o emocional, el tiempo se desliza muy lentamente; pero, para quién está en un estado emotivamente feliz, el tiempo pasa velozmente. Estas realidades todos las experimentamos de continuo. A este respecto no es inusual que, en alguna reunión mediúmnica, un Espíritu desorientado comente que desencarnó en una fecha determinada sin que se haya dado cuenta de que, realmente, ya ha transcurrido un siglo desde que dejó la envoltura material.

Entonces, cuando un Espíritu predice un determinado acontecimiento para una época concreta, no está midiendo el tiempo que transcurrirá con nuestro mismo baremo. Además, muy raramente un Espíritu ilustrado y consciente dará una fecha concreta para el acontecimiento predicho. Recordemos lo que comentaba Kardec sobre este tema[2]:

“Los Espíritus que integran la población invisible de nuestro mundo, en el que ya han vivido y en el que continúan viviendo a nuestro alrededor, se hallan naturalmente identificados con nuestros hábitos, de los que guardan el recuerdo en la erraticidad. Podrían, en consecuencia, asignar fecha a los acontecimientos futuros, ya que conocen nuestros cálculos; pero además de que tal cosa no les está siempre permitida, se ven impedidos de hacerlo porque las circunstancias están subordinadas al libre albedrío y a la decisión eventual del hombre: La fecha exacta sólo puede conocerse en el momento en que se cumpla el hecho.

“Por eso mismo las profecías circunstanciadas no pueden darnos una certeza y sólo deben aceptarse como probabilidades, aún cuando no llevaran consigo el sello de legítima sospecha. Así es como los Espíritus verdaderamente sabios no dan fechas en sus profecías; se limitan a prevenirnos sobre aquellas cosas que consideran útil que conozcamos. Insistir para conocer detalles precisos, es exponerse a las mistificaciones de los Espíritus frívolos, que predicen todo lo que deseamos, sin preocuparse por decir la verdad, y que se divierten con las aprensiones y decepciones que nos causan.” -(todos los resaltados son nuestros)-.

O sea que, si en una reunión mediúmnica, se vierte una predicción que, según el Espíritu comunicante, debería cumplirse en una fecha determinada, hemos de recelar completamente de la bondad de esa predicción. Cuando menos hay que dejarla en la más prudente de las reservas, y no permitir que mediatice nuestras actuaciones presentes y futuras.

Decíamos más arriba que el optimismo de Kardec no se concretó ni en un futuro inmediato ni en el futuro más lejano. No deja de ser sorprendente que una doctrina tan correcta, tan reconfortante y tan lógica como es el Espiritismo, no llegara al buen puerto que las circunstancias iniciales hacían prever. Sin duda aquella siembra se hizo en el momento oportuno, aunque en un campo todavía poco propicio; campo que se agostó con la aparición de las terribles pruebas colectivas que supusieron tanto la guerra civil española, como las dos guerras mundiales. Pero, la semilla sigue viva y, en el momento oportuno, dará su fruto.

Para terminar, no podemos dejar de reseñar algún comentario -ya apuntado más arriba- que hemos visto en algún escrito presentado por espiritistas. Estos espiritistas, tal vez llevados por una excesiva confianza en algunas fuentes espirituales, señalaban que, caso que no se produjera la catástrofe anunciada supuestamente por los mayas, sí que habría un cambio de era pasando a una época donde imperarían el amor y la comprensión. Eso, de esta manera, no será nunca así, ya que los “cambios de época” nunca son súbitos. A este respecto, consideremos, por ejemplo, cuánto se tardaría en reemplazar la población mundial de nuestro mundo por Espíritus más adecuados a esa nueva época. Teniendo en cuenta que, según algunas fuentes consultadas[3], encarnaron en el mundo unos 140 millones de personas en el año 2011, se tardarían, a ese ritmo, unos 50 años en reemplazar a todos los habitantes de este planeta (evidentemente, esta suposición es muy rudimentaria ya que habría que contar, también, el número de personas que desencarnan -unos 57 millones en 2011-; sólo mencionamos estos cálculos a título ilustrativo).

Por lo tanto, lo mejor es no preocuparse en exceso por esas circunstancias  sobre las que no tenemos ningún poder personal de cambio. Es mejor preocuparse prioritariamente por mejorarnos personalmente y, en la medida de lo posible, en contribuir a cambiar nuestro entorno social inmediato y, así, por un efecto similar al de la extensión de una mancha de aceite, coadyuvar al cambio general de las condiciones de vida de esta nuestra casa actual. Además, no podemos perder en ningún momento la confianza en el Equipo Directivo de esta Escuela Primaria que es la Tierra; seguro que saben lo que hacen y velan para que las circunstancias personales de cada quién sean las adecuadas para su evolución y, también, para que, cuando sea el momento oportuno, pueda darse ese cambio a nivel más global.

 


[1] Entresacamos los párrafos siguientes de la edición de 1981 de la Editora Argentina 18 de Abril en nueva traducción del original francés por Nora V. Casadella de Girard; perteneciendo ese original a la decimonona edición francesa. Es importante resaltar estos detalles ya que la edición definitiva de esta obra, por parte de Kardec, lo fue a partir de su tercera edición. Hay traducciones que se han vertido desde la primera de 1868; esa primera edición presenta algunas variaciones con respecto a la edición definitiva. Así, pues, por ejemplo, se puede ver que algunos de los párrafos transcritos no están en el mismo orden en ambas ediciones.

[2]La Génesis”, cap. XVI (“Teoría de la Presciencia”), apartado 16.

[3] http://www.prb.org/pdf11/2011population-data-sheet_sp.pdf