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Espiritismo y Kardecismo

Publicado en F.E. 95 – Enero/Marzo 2000

I.- ESPIRITISMO


Hippolyte Léon Denizard Rivail –el futuro Allan Kardec- fue profesor que completó sus estudios en Iverdun (Suiza), en la escuela del renombrado pedagogo Johann Heinrich Pestalozzi, de quien fue discípulo y colaborador. De los innumerables trabajos publicados por el profesor Denizard Rivail, mencionaremos a título de simple referencia, “Curso práctico y teórico de Aritmética” (1824), “Plan propuesto para el mejoramiento de la educación pública” (1828), “Memoria sobre la Instrucción Pública” (1831), “Manual de geografía para profesores” (1834), etc., etc. El título de la mayoría de sus publicaciones, demuestra su predilección por la pedagogía (arte de enseñar), lo cual le sirvió, sin duda, en su labor posterior en el campo de estudios que él denominó ESPIRITISMO.

En la presentación de sus estudios sobre el Espiritismo, realizados a partir de 1854, adoptó el seudónimo de ALLAN KARDEC; ello fue por indicación de una comunicación mediúmnica recibida, en la que se le dijo que era el nombre que había tenido en una existencia anterior, entre los antiguos druidas, herederos de la tradición celta en la Galia (Francia), Bretaña e Irlanda, que ya creían en la inmortalidad y la transmigración de las almas.

Veamos algunas de las consideraciones iniciales de Kardec:

En sus “Obras Póstumas” -recopiladas y publicadas en 1890 por Pierre-Gaetan Leymarie- en su segunda parte (Previsiones acerca del Espiritismo), capítulo inicial “Mi primera iniciación en el Espiritismo”, expresó:

“Era en 1854 cuando oí hablar por primera vez de las mesas giratorias (...) Presencié también algunos ensayos bastante imperfectos de escritura medianímica sobre una pizarra con ayuda de una cestita (...)

“Apliqué a esta nueva ciencia, como había hecho con toda otra: el método de la experimentación. Observé atentamente, comparé, deduje las consecuencias; de los efectos quise remontarme a las causas por la deducción y el encadenamiento lógico de los hechos (...)

“Uno de los primeros resultados de mis observaciones fue el darme cuenta de que los espíritus, no siendo otros que las almas de los hombres, no poseen ni la soberana sabiduría ni la soberana ciencia; que su saber era proporcionado a su progreso, y que su opinión no tenía más valor que el de una opinión personal. Esta verdad,  reconocida  desde  el  principio, me preservó del grave escollo de creer en su infalibilidad y de formular prematuras teorías sobre la palabra de uno solo o de varios de ellos.

“(...) Observé que cada Espíritu, en razón de su posición personal y de sus conocimientos, desenvolvía ante mí una fase. (...) El observador ha de formar opinión a la vista de las impresiones o documentos recogidos aquí y allá; ha de seleccionarlos, coordinarlos y contrastarlos unos con otros, y esto mismo fue lo que yo hice.

“Procedí con los Espíritus como hubiera procedido con los hombres; me sirvieron, desde el más pequeño al más grande, como medios de estudio, nunca como reveladores predestinados.

“De este modo, más de diez médiums me prestaron su concurso para este trabajo.

“Después de la comparación y de la fusión de todas las respuestas, coordinadas, clasificadas, y muchas veces sometidas a examen en el silencio de la meditación, fue cuando me decidí a formar la primera edición de “El Libro de los Espíritus”, que vio la luz el día 18 de Abril de 1857.

“Tales son las disposiciones con que empecé y continué mis estudios espiritistas: observar, comparar y juzgar desapasionadamente todos los hechos (...)”

Muchos son los espiritistas que todavía no tienen en cuenta todas estas consideraciones de Kardec.

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La primera edición de “El Libro de los Espíritus” constaba de 24 capítulos con 501 preguntas y sus correspondientes respuestas, obtenidas entre 1855 y primeros de 1857. Una “Introducción”, un “Prolegómenos” y un “Epílogo” completaban la Obra.

La segunda edición y definitiva, en cuanto al texto, -(pues a partir de ella se han publicado innumerables ediciones por diversas Editoriales)-, apareció el día 18 de Marzo de 1860, muy ampliada: constaba de 29 capítulos con 1.018 párrafos (preguntas y respuestas), con múltiples comentarios y explanaciones de Allan Kardec. También figuraba en esa segunda edición una “Introducción”, un corto “Prolegómenos” y una “Conclusión”.

En el primer apartado de la “Introducción”, expresa: “Para las cosas nuevas se necesitan palabras nuevas”.

Y sigue en consideraciones entre la distinción entre “Espiritualismo” y el “Espiritismo”. Y termina ese Apartado I, con:

“El Libro de los Espíritus contiene como especialidad, la doctrina espiritista, y como generalidad, se asocia a la doctrina espiritualista. Por esa razón se ve en la cabecera de su título la frase: FILOSOFIA ESPIRITUALISTA.”

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Siguiendo con “El Libro de los Espíritus” (Libro II, Cap. V: Consideraciones sobre la pluralidad de existencias), hacia el final del largo párrafo núm. 222, expresa Kardec:

“Si nosotros, como otros muchos, hemos adoptado la opinión de la Pluralidad de existencias, no es sólo porque procede de los espíritus, sino porque nos ha parecido la más lógica, y porque únicamente ella resuelve cuestiones hasta ahora insolubles (...)

“De la misma manera, y aunque procedente de los espíritus, la hubiéramos rechazado, al habernos parecido contraria a la razón; como hemos hecho con muchas otras opiniones; porque sabemos, por experiencia, que no debemos aceptar todo lo que de ellos procede, como no debemos aceptar todo lo que de los hombres proviene.”.

Esto es, por desgracia, de lo que algunos o muchos espiritistas todavía no se dan cuenta; quedando deslumbrados frente a determinados textos y “firmas del Más Allá”.

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En su última obra “La Génesis, los Milagros y las Predicciones” (ediciones 1868 y 1869), Cap. I “Caracteres de la revelación espiritista”, párrafo. 45, nota 1, Kardec dice:

“Nuestro papel personal en el gran movimiento de las ideas que se prepara por el Espiritismo, y que ya principia a operarse, es el de un observador atento que estudia los hechos para investigar su causa y sacar de ella las consecuencias. Nosotros hemos confrontado todo lo que nos ha sido posible recoger; hemos comparado y comentado las instrucciones dadas por los Espíritus  en diversos puntos del globo, y después coordinado todo metódicamente; en una palabra, hemos estudiado y dado al público el fruto de nuestras investigaciones; sin que atribuyamos a nuestro trabajo otro valor que el de una obra filosófica deducida de la observación y la experiencia, sin habernos llamado nunca “jefe de doctrina”, ni haber querido imponer nuestras ideas a nadie. (...)


II.- DEFINICIONES Y PRECISIONES


En ¿Qué es el Espiritismo”, Preámbulo, Kardec definió:

“El Espiritismo es la ciencia que trata de la naturaleza, origen y destino de los espíritus, y de sus relaciones con el mundo corporal.

“El Espiritismo es a la vez una ciencia de observación y una doctrina filosófica. Como ciencia práctica consiste en las relaciones que pueden establecerse con los Espíritus; como doctrina filosófica, comprende todas las consecuencias morales que se desprenden de semejantes relaciones.

En “Obras Póstumas”, artículo “Breve contestación a los detractores del Espiritismo”, Kardec expresa:

“El Espiritismo es una doctrina filosófica que tiene consecuencias religiosas como toda filosofía espiritualista, y por esto mismo toca forzosamente las bases fundamentales de todas las religiones: Dios, el Alma y la Vida futura; pero no es una religión constituida, dado que no tiene culto, rito ni templo; y que entre sus adeptos ninguno ha tomado ni recibido título de sacerdote o sumo sacerdote. Estas calificaciones son pura invención de la crítica.

“Se es espiritista por el solo hecho de simpatizar con los principios de la doctrina y de conformar a ella la conducta.

“El Espiritismo combate el principio de la fe ciega, pues ésta exige del hombre la abdicación de su propio juicio, y dice que toda fe impuesta carece de raíz.

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“El Espiritismo, marchando con el progreso, nunca será desbordado ni quedará rezagado; porque si nuevos descubrimientos le demostraran que está en el error en un punto dado, se modificará en este punto, y si una nueva verdad se revelara, la aceptaría” (“La Génesis”, Cap. I, núm. 55).

“La doctrina de Allan Kardec, nacida –(nunca se insistirá bastante)- de la observación metódica y de la experiencia rigurosa, no puede considerarse como un sistema definitivo, inmutable, fuera y por encima de las conquistas de la Ciencia. Resultado combinado de los conocimientos de dos mundos -(el mundo espiritual y el mundo material)- de dos humanidades que se compenetran la una a la otra, pero que son ambas imperfectas, y que ambas caminan hacia la verdad y hacia lo desconocido, la doctrina de los Espíritus se transforma sin cesar por el trabajo y el progreso, y aunque superior a todos los sistemas y a todas las filosofías del pasado, permanece abierta a las rectificaciones, a los esclarecimientos del porvenir.” (“Después de la Muerte”, 1890, de Léon Denis, Cap. XX).

III.- ESPIRITISMO Y KARDECISMO

“Se dice: la filosofía de Platón, de Descartes, de Leibnitz; pero no se dirá

“la doctrina de Allan Kardec”; y esto es cuerdo, porque ¿qué peso

ha de tener un nombre en cuestión tan grave?”

“Qué es el Espiritismo”,

Diálogo II, Subcap. “Elementos de Convicción”

¿Por qué, pues, en ocasiones, se usa –y usamos- la denominación de “Doctrina kardecista”, “Kardecismo”, o “Espiritismo kardecista”?

¿No es esta última expresión -(Espiritismo kardecista)- un pleonasmo, una redundancia, una adjetivación innecesaria? Ciertamente; pero alguna razón habrá para usar en ocasiones de esa adjetivación.

En efecto: ello es debido a que al margen del ESPIRITISMO, formulado por Kardec en sus Obras, con el tiempo han ido apareciendo diversas “corrientes de Espiritismo”, corrientes más o menos paralelas, divergentes, del ESPIRITISMO: tales como el Roustainguismo (Jean-Baptiste Roustaing), el Ubaldismo (Pietro Ubaldi), el Trincadismo (Joaquín Trincado), el Deísmo Cristiano (Pedro Vallejo, en Barcelona), etc. (De alguna de estas “corrientes” se trató, hace tiempo, en estas páginas de Flama Espirita).

Por ello, frente a tal situación no tenemos otra opción que autodenominarnos y precisar, en ocasiones, que somos ESPIRITISTAS KARDECISTAS, o simplemente KARDECISTAS.

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Emmanuel, uno de los espíritus “religiosos” -digámoslo así- que ha dado tantos y tantos mensajes a través del médium brasileño Francisco Cándido Xavier, ha dicho en alguna ocasión, palabra más, palabra menos:

“Si yo os digo algo contrario a lo dicho por Kardec, creed a Kardec y no a mí”

Pero no se trata de “creer” o “no creer” a Kardec. Kardec nunca presentó –lo hemos visto en esas páginas anteriores- su enseñanza como “infalible”, como un “dogma de fe”, similar a los “dogmas religiosos”. Kardec, sí, nos orientó sobre las características de su trabajo en el “advenimiento del ESPIRITISMO”.

“Ser Kardecista, no puede significar adopción de las Obras del Maestro como catecismo sagrado o como recetario de verdades absolutas y eternas. La solidez de la Obra de Kardec reposa en que ella conjuga e integra una cuidadosa observación científica de los hechos, el empleo de la más severa interpretación lógica y racional, la excelencia didáctica, así como también la más sublime y preciosa orientación del mundo espiritual. Todo ello, dentro de una pieza homogénea, susceptible de ulteriores desarrollos y perfeccionamientos, a tono con el progreso científico y cultural. (Jon Aizpúrua, en el Prólogo a la edición española de “Espiritismo Dialéctico”, de Manuel S. Porteiro, Edicomunicación, S.A., Barcelona 1990).